the MAmas & the paPAS
Cuentan los etimólogos que el término “mapa” proviene del sustantivo latino “mappa”, que significa pañuelo, paño, lienzo; y se atribuye soporte donde se realizaban las siluetas y los contornos de un territorio. En él se representarían elementos de ubicación, como el perímetro de costas, las siluetas de las cordilleras y valles o, los trazados de los ríos y barrancos, nombres de poblaciones, etc. Suponía una herramienta con la cual obtener el control del suelo, del territorio que se dominaba: una apropiación de la tierra que tentaba al hombre a administrarse un poder cercano al de Dios.
El recién nacido comenzará su exploración particular estableciendo un contacto con “su” territorio. Un conocimiento del hábitat que irá desarrollando en complicidad con los elementos que va encontrando más allá de los confines de la cuna; explorando el suelo, el mobiliario y los objetos, los muros y techo de su habitación. Si durante su gestación habitó en una burbuja de líquido amniótico, asimilando un mapa ele-mental, en el que su “yo” mutante le situaba en el centro de coordenadas; será, desde el instante de su alumbramiento, cuando comienza la verdadera concepción de un nuevo mapa que irá configurándose hasta el día de su fallecimiento. El traspaso voluntario de una infinidad de puertas que le irán dando paso a próximas dimensiones, harán del acto de vivir una ininterrumpida exploración.
Encontramos una curiosa familiaridad entre el sustantivo placenta y el verbo placer que no es nada caprichosa; y podemos extender la familia con términos como: complaciente, complacido, placebo,.., placiente,..; incluso, el término “paciente” , que hace pensar en una espera relajada, ajena a ansiedades que nos escenifica cierto ambiente “placentero”. Son términos, todos ellos amables, que argumentan la unidad entre el niño y la madre. Se puede hacer un símil atribuyendo a la madre la extensión a una segunda esfera del conocimiento, siendo la placenta la primera de las esferas.
El placer es aquel instrumento que nos impulsa a atravesar esa primera puerta de acceso a una siguiente esfera, una nueva placenta, un salto a otro nivel territorial, un nuevo mapa en la vida de un ser explorador.
El el transcurrir de la vida, se da un momento en que el bebé adquiere conciencia de su propio YO. No tardará en averiguar que, además de él, existen otros “yoes”, que son los “túes”. Inicia así el bebé, un nuevo mapa mental que le llevará un tiempo en aprender a abstraer y codificar como propio; al tiempo que deberá aprender también a interpretar los mapas de los otros “túes”.
Un mapa inicial que irá desarrollándose hasta que el individuo logre ponerse en pié: elevando su punto de vista, experimentando la visión cenital que le ofrecerá un territorio desconocido hasta ese momento. Un panorama nuevo que tendrá que ir anotando, rectificando y corrigiendo en su propia mente. El objetivo en su evolución, no es otro que generar un nuevo mapa que le dará seguridad y conocimiento de ese nuevo y amplio territorio vital.
Cualquier Robinson que se preste a naufragar en una isla desierta, comenzará recorriendo la costa antes de adentrarse en el interior; o tal vez, opte por dirigirse al punto mas alto para averiguar si ha naufragado en una isla o en un continente; deberá también localizar alimento y agua dulce; buscará sombras y rincones para su resguardo, zonas de confort donde descansar, etc. Poco a poco se configura ese mapa territorial que inicialmente es mental y que le exigirá ser codificarlo en un dibujo para poder compartir o, por temor a olvidarlo.
Teseo, con la ayuda de Ariadna, confeccionó el mapa: la solución para asegurarse un retorno. Un laberinto representa lo “in-mapable”, lo no asequible a ser abstraído en formato “mapa” –(puestos a inventarme el término, escogeré “in-mapeable”, me resulta bastante más amable para el oído)–. El laberinto constituye una trampa que consiste en construir un lugar incómodo, de difícil asimilación, confuso y desorientador. A través de un recorrido ingeniado maléficamente, el tramposo, diseñará el laberinto para dirigir a su víctima a un punto de no retorno, llevándole a la locura y la desesperación.
La cuna fue esa isla desierta…; luego, de la habitación, se pasó al corredor y de éste a otras estancias que resultaron ser guaridas semejantes la suya. El comedor era un lugar de encuentros y rituales donde había una chimenea que albergaba un fuego totémico –un punto vital que siempre figura en los mapas–. Un mapa en el que distinguen zonas de confort de las zonas de inestabilidad; donde los pasillos son rutas entre las estancias; donde los puntos esenciales para encontrar agua y alimento suelen ser los primeros en marcar; así como el cuarto de baño: también importante; etc. Es, la puerta principal de la casa, la que delimita los confines de la cuarta placenta. Si la tercera placenta fue la habitación y la segunda fue la cuna; a esa nueva esfera también se accede por el balcón –un lugar marcado por por los padres como prohibido y peligroso–. Pero la curiosidad es potente, es un instinto que aprovechará cualquier oportunidad para explorar esa cuarta placenta situada fuera de los confines de la casa. La puerta del hogar le conduce al territorio vecinal donde el bebé conocerá la existencia de otras tribus ….
Se trata de el paso de una esfera a otra, de una sucesión de placentas que irá rompiendo para entrar en una de nivel superior.
Distanciémonos ahora de empíricos y etimólogos. Una vez más usaré el comodín de la imaginación para desarrollar u nuevo “disparate”. Los primeros territorios vitales que la conciencia de cualquier ser humano explora e identifica, son esos otros cuerpos con los que comparte todos sus sentidos; donde calor corporal se funde con el suyo propio, y que es, un apéndice de su misma materia: es la primera placenta en la que habitó 36 semanas y que expande sus confines. Un mapa que es mamá, pero también es papá
Tenemos pues, un término “mapa” que contiene tanto a mamá como a papá: ¡Con “Ma” de mamá y con “Pa” de papá tenemos la palabra “MAPA”!, el territorio corporal que es una extensión del propio cuerpo del bebé. Una trinidad que es, al mismo tiempo, territorial, material y espiritual.
Ambos cuerpos (el de papá y mamá) son los primeros territorios que explorará el bebé. Tomará posesión de ellos, le otorgan lo que necesita para sentirse complacido. Un territorio corporal complaciente y placentero, en el que los senos de Mamá le alimentan al tiempo que le proporciona calor; así como su voz serena, con cánticos que le otorgan tranquilidad; otro cuerpo, el de papá, fuerte en este caso, rígido y peludo, con grandes manos de dedos gruesos y olor a nicotina que le transmiten seguridad; con su voz potente, en un vibrato ronco que auyenta a las fieras.
Teseo extendió el hilo de Ariadna, su particular cordón umbilical; en este caso “el mapa” fue “la acción”, la idea para asegurarse un retorno al exterior del laberinto. El laberinto es como una placenta nada placentera, mas bien es incómoda y peligrosa. El laberinto representa lo “in-mapeable” y lo no asequible a ser abstraído en forma de mapa: un lugar donde Teseo no está a salvo. El laberinto es una construcción humana, un diseño inexplorable ingeniado por una mente perversa. Un juego ideado para bloquear la orientación, edificado con un único material que conforma techos, muros y suelo. Una penumbra que no cambia, un infinito pasillo con repetitivos quiebros, perpendiculares todos ellos. Unanimidad visual que no distingue rugosidades; a diferencia de la cueva, en la que todo es irregular y orgánico, donde no se repiten formas y contamos con elementos destacados que nos ayudan a conformar nuestro mapa. No existen en el laberinto formas individuales posibles: como una columna, una protuberancia en forma de tortuga, un cambio de altura del techo; contrariamente, en el laberinto todo es armonía negativa. Un sabio escultor vasco afirmó que “la simetría es el recurso de los tontos”. Situación muy similar a la del bebé que comienza a expandir el territorio de su propia cuna. Es un ejercicio que sabemos hacer, ya lo superamos la primera vez que lo nos pusimos en marcha; ahora bien, el laberinto elimina todos aquellos elementos que se necesitan para la elaboración de un mapa. Solo nos queda entonces extender aquel hilo de Ariadna.
Los pueblos precolombinos de los andes rendían culto al la “Pachamama” (Madre Tierra) o Mama Pacha, con ofrendas ceremoniales agrícolas y ganaderas. Otra vez presente el vocablo Mamá, pero también el de Pacha que no es padre, sino tierra en su sentido maternal.
Si analizamos como se producen los sonidos correspondientes a “mmm” y “ppp”, vemos que “m” se produce en el interior de nuestra cavidad bucal, completamente cerrada (metáfora de esa primera esfera que es la placenta); el fonema “pp”, en cambio, es una apertura a modo de liberación hacia el exterior de todo el aire contenido (materia) en el interior de esa esfera bucal. Una extension, asimilable a un parto; donde la boca representaría el vientre materno; donde la materia, en este caso aire, se expulsa al exterior produciendo el acto del sonido “p”. El bebe asocia los términos mamá y papá, precisamente, a lo interior conocido, aquello que dejamos atrás; mientras que, lo exterior representa lo explorable: ¡una vez asimilada mamá, el siguiente paso es explorar a papá!
La ciencia, se empeña en ser empírica y nos invita constantemente a confiar en ella; la imaginación, contrariamente, es “dionisiaca” y disparatada, requiere que juguemos: es curativa y necesaria en estos tiempos que corren. Un juego imaginativo nos genera esperanza y bienestar, nos hace creer en una realidad reconfortante y esperanzadora, estimula nuestra fe, tanto en el mundo como en nosotros mismos, fe en el más allá y en la divinidad.
Escribe Juan Arnau, en el último párrafo de la introducción de su libro “ Historia de la imaginación” : ... “el destino del mundo ya no depende de las interacciones físicas o de los procesos históricos sino, en un sentido más profundo, de los encuentros y desencuentros de ciertos símbolos y metáforas; una idea que fascinará a Borges”.
Volvamos pues al mapa y dibujemos mentalmente uno de ellos. En los mapas ilustrativos de la narrativa occidental, suponemos una composición bicromática entre dos tipos de territorios, de agua y de tierra,– una vez más hace eco la ceremonia de la dualidad que ha marcado la trayectoria del pensamiento occidental desde el antiguo Egipto–. He comentado que es importante el instante en el que el bebé descubre el fuego en la chimenea de su hogar, el binomio fuego-hombre –todo un clásico para el antropólogo–. El fuego totémico que hace aparición en su vida, como lo hará también el viento y la lluvia. La tradición nos habla de los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire; todos ellos presentes en los mapas (dos en apariencia y dos en evidencia); el mar y la tierra se representan como manchas territoriales; lo otros dos llegaran más tarde en mapas más sofisticados, con la rosa de los vientos y los símbolos meteorológicos. Inicialmente, el hombre, aprendió a conocer la trayectoria solar, los vientos locales y a posicionarlos en sus mapas bajó símbolos codificados.
A ese mapa primitivo que señala los elementos de una tierra desnuda de industria se le superpondrá una nueva capa con ciudades, con puentes, vías y carreteras; se pondrá nombres –en diversos idiomas– a esas localidades que irán incorporarse en los mapas; se dará nombre después a los continentes, a los mares y a las cordilleras. Los dibujos se vestirán con letras de oro y, con plásticos colores que delimitarán las naciones; se colocarán banderas y por colores se definirán los estados “conceptuales”, los pontificios, los republicanos y los democráticos.
Una de las diferencias entre el hombre de ayer y el de hoy, está: en que el hombre de ayer tatuaba su cuerpo y el de hoy lo hace sobre la tierra. El hombre de hoy, no se contentará únicamente con conocer el planeta al máximo, con recorrerlo y trazar su mapa “perfecto”; sino que, su instinto ambicioso le llevará, a troquelar, devastar y perforar la misma tierra, con minas, diques, canales, incendios y deforestaciones ,…
Se trata de un mapa personal que vamos confeccionando durante toda una vida; y que en un momento dado, nos es de suma utilidad para recobrar nuestro inicio; para, ya en la ancianidad, recuperar esos momentos de la infancia que nos serán vitales para afrontar el paso a otra vida de forma placentera. Muchas culturas creen que se trata de prepararse para iniciar una nueva infancia en otra vida: para instalarnos en una nueva placenta.
Cuando el mapa alcanzó su mayoría de edad surgió la cartografía; el lienzo que pasó a ser papiro en el antiguo Egipto a convertirse en papel. El origen hay que buscarlo en el término griego “Charta” que significa “papel”, de modo que tenemos una diferencia sustancial entre “carta” y “mapa” en la que no merece apena extenderse, ni pararse en nombrar ejemplos.
Un sutil juego de contradicaciones lo encontramos en la actual lengua alemana, donde: “die Mappe” viene a significar “cartapacio” (donde las cartas pacen).Término que en castellano ha evolucionado a “carpeta” o, contenedor de cartas; generalmente, de material distinto al papel (Charta). Podía ser piel, también tela o lienzo; incluso, un papel grueso como el cartón, que es en definitiva lo que originalmente en griego arcaico se decía “mappa”.
Podríamos continuar esta especie de broma cabalística asociando el termino “carpeta” con el sustantivo anglosajón “Karpett” (alfombra); lo que nos lleva a una evidente relación entre una alfombra y una superficie extendida de piel o tela (mappa) que doblamos para alojar cartas en su interior.
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…. continua este ensayo, como capítulo para un libro en el que estoy actualmente trabajando .
N.Boronat: Munich, julio del 2020