viernes, 5 de junio de 2020

zapatos del revés.

                                        






A menudo juego a bucear en las fuentes primarias de mi conciencia. Rememorar sensaciones de la niñez es algo que con entrenamiento se puede lograr, dando por hecho que tales imágenes retornan algo adulteradas.
Hoy, mientras me duchaba (los 5 minutos de ducha matutina suponen mi puesta en marcha diaria: hay quienes se estimulan mejor con el primer café yo prefiero ponerme bajo la cafetera) el sonido uniforme y el frotar mi cuerpo desnudo estimulan la organización mental de lo que va a ser mi día, y muchos de los problemas (o soluciones) que planteo en los cuadros tienen lugar en esos 5 minutos de ducha.
Por algún motivo que desconozco, la ducha de hoy me ha traído la reflexión sobre “los zapatos del revés”. No se si correctamente de debe decir “al revés” o “del revés”, el caso es que la expresión “del revés es tal como yo la asimilé en la niñez,… –sobre ello llevo un buen rato meditando– . No he encontrado recuerdo ni sensaciones de haber experimentado eso en mí infancia; según mi madre, aprendí muy rápido a ser independiente en cuanto a las labores de aseo y parece que también fui precoz aprendiendo a atarme los cordones del zapato: ese detalle, se supone que tiernamente lo enseñan los padres a los hijos, o los abuelos a los nietos; ¿por qué motivo los zapatos de los niños llevaban cordones y los de las niñas hebilla?(destaco que provengo de la era anterior al velcro). El caso es que aquella actividad propia del boy-scout era algo que suponía un paso importante en la evolución individual: hasta la famosa serie canadiense “Caillou” dedicó un capítulo al aprendizaje de atar el cordón de los zapatos. Seguramente sea un tema interesante para  antropólogos y para los estudiosos de la teoría evolucionista.
Hay algo interesante en el niño que se calza los zapatos al revés; más sorprendente es aún la reacción de quienes le corrigen, generalmente con cierto tinte humillante. Humillante es la actitud que adopta el tirano corrector quien, en caso se ser otro niño, se burla justificando así su superioridad evolutiva frente a su víctima; como también está la actitud del adulto que corrige poniendo énfasis en la torpeza del menor. Tenemos una víctima en doble sentido: en la molestia física que provoca llevar  los zapatos equivocadamente y en la humillación a la que es sometido por su torpeza estética.
La sociedad nuestra ha creado unos estereotipos muy curiosos, donde las excentricidades (sinceras o fingidas) son tomadas como aportaciones de genialidad: situaciones como salir a la calle con las zapatillas de “ir por casa” o, colocarse el suéter con la etiqueta por fuera son síntomas asociados a la genialidad, incluso aportan cierto atractivo intelectual; contrariamente, a un niño se le tacha de torpe cuando calza sus zapatos al revés.
No recuerdo haber tenido la experiencia, como tampoco la recuerdo en mi hijo Marco, pero si con su hermano Mateo que en ocasiones llegaba de la guardería con los zapatos cambiados de lugar: si lo hacia en casa para salir a la calle, ahí estábamos los adultos para corregirlo; en cambio, cuando lo hacia el solo en el colegio llegaba a casa sin quejas, inmunizado al sufrimiento. ¿Me pregunto si eso formaba parte del juego?. Hay personas que sintiendo incomodidad tienden a adaptarse a ella; de ese tema los evolucionistas saben bastante. Parece que más que una torpeza se trata de un síntoma de superioridad, de adaptación a los problemas: como aquel lobo que, herido, se torna mucho mas agresivo y eficaz.
La incomodidad es un buen estimulante del progreso. Son muchos los entrenadores que utilizan técnicas basadas en la incomodidad: me viene a la memoria la imagen de Rocky Balboa entrenándose en un congelador de carnes; mientras su oponente, “Apollo”, lo hacía con un saco de boxeo en un gimnasio con todas las comodidades.
Mis mejores cuadros han sido resultado de las situaciones más incómodas: cuando la economía no me permitía disponer un estudio y pintaba en mi propio dormitorio; cuando  las pinturas las fabricaba yo mismo y usaba “cutres” pinceles de bricolaje  o; cuando cualquier objeto que manchara servía para dibujar; cuando las puertas y ventanas que encontraba en los contenedores servían de bastidores y soportes para mis cuadros; cuando descosía mis viejos pantalones vaqueros, para luego recoserlos nuevamente formando una superficie cuadrada para tensar al bastidor o; cuando compraba viejos sacos de semillas o café para luego tensar en aquellos marcos de ventana.
Me pregunto cuantos de aquellos pintores del “art povera” se calzaban los “zapatos del revés”.
    
                                                                                                                             
N.Boronat (Munich 5 junio 2020)